EL MUNDO
26 octubre 2011
La dieta mediterránea
está en peligro de extinción
María Sánchez-Monge
Los expertos en nutrición instan a adoptar medidas urgentes.
La crisis alimentaria en África se ha vuelto
insostenible.
Nunca
hubo tanta información sobre nutrición ni tantos problemas de obesidad y
alimentación inadecuada. Crecen las enfermedades asociadas al estilo de vida y
Europa se 'olvida' de la dieta mediterránea y se 'atiborra' a calorías.
Mientras, África sufre una de las peores crisis alimentarias
de la historia. Los expertos reunidos con motivo del XI
Congreso de la Federación Europea de Sociedades de Nutrición, que se celebra
esta semana en Madrid, han dibujado un panorama desolador, pero también han
propuesto algunas posibles soluciones.
"No
estamos manteniendo la dieta mediterránea, que corre un gran riesgo de
perderse", asevera Ascensión Marcos, presidenta del congreso. El paradigma
de la alimentación sana, rica en verduras y frutas, con el indispensable aceite
de oliva, el pescado siempre a mano y parca en grasas se desvanece. España es
ya el tercer país europeo con más obesidad infantil. Los colegios no nutren
adecuadamente a los niños y sus padres tampoco constituyen el mejor modelo.
"Se come a salto de mata, cuando podemos. El actual estrés y la actividad
diaria nos impiden seguir una dieta equilibrada", se lamenta Alfredo
Martínez, presidente del comité científico del congreso.
Y
eso que nuestra sociedad occidental cuenta no sólo con los mejores productos de
la dieta mediterránea, sino con los conocimientos más avanzados sobre lo que
conviene comer según la edad, los alimentos funcionales más sofisticados y la
posibilidad de realizar una dieta que contrarreste las enfermedades a las que
nos predisponen los genes. Todos estos avances se expondrán en el congreso, sin
olvidar los obstáculos que impiden que buena parte de la población se beneficie
de ellos.
Precisamente,
el cometido de Francesco Branca,
director del Departamento de Nutrición para la Salud y el Desarrollo de la
Organización Mundial de la Salud (OMS), ha sido narrar en qué punto se
encuentran las medidas políticas y científicas encaminadas a mejorar los
patrones dietéticos. La cruda realidad es que no van bien. Prueba de ello es
que, en estos momentos, las patologías no transmisibles -como el cáncer, las
enfermedades cardiovasculares o la diabetes- constituyen la principal causa de
muerte en la mayor parte del mundo.
El
sobrepeso y la obesidad, que en algunos lugares del planeta afectan a más del
60% de la población adulta, se encuentran entre los factores de riesgo más
destacados de estas dolencias. "En África central las cifras siguen siendo
más bajas que en el resto del mundo, pero aumentan poco a poco", señala Branca. Hasta tal punto que, por increíble que parezca,
"en los últimos 20 años se ha duplicado el número de niños menores de
cinco años con sobrepeso en este continente", agrega. De hecho, donde más
crecen los problemas de exceso de peso infantil es en los países que se
encuentran en transición económica hacia un mayor nivel de renta.
Los
países más pobres también están alcanzando a los más ricos en la ingesta de
grasa. Por supuesto, África también se lleva la peor parte en lo que a hambre y
desnutrición se refiere. Por otra parte, en las naciones del norte de Europa y
en Francia se ha conseguido frenar la epidemia de obesidad, pero sólo entre los
segmentos más favorecidos de la población. Entre los individuos con menos
recursos económicos, la tendencia no se ha revertido.
Medidas eficaces
Ante
esta situación, Branca reconoce que aún queda un
largo camino por recorrer, pero ya se puede hablar de medidas exitosas. Entre
las iniciativas para mejorar la dieta, la reducción de la ingesta de sal, el
reemplazo de las grasas trans por grasas poliinsaturadas y la concienciación pública sobre la
alimentación más adecuada son tres intervenciones que han mostrado un alto
grado de coste-efectividad. Otras propuestas, como restringir la publicidad de
comida y bebida a niños, promover la comida sana en los colegios o animar a los
médicos de atención primaria a que den consejos nutricionales a sus pacientes
no han cosechado, de momento, resultados tan buenos. "Tenemos que aumentar
el inventario de medidas útiles y realizar más estudios sobre su eficacia en
los lugares con bajos ingresos", precisa Branca.
Otro
capítulo importante es el de la agricultura, donde es indispensable administrar
bien las ayudas que se conceden para, por ejemplo, buscar alternativas más
sanas al aceite de palma, que es más barato que otros pero es demasiado rico en
grasas naturales. Asimismo, el representante de la OMS se refirió a la
planificación urbana: "La forma en la que están diseñadas las ciudades
afecta al estilo de vida".
En
cuanto a las medidas fiscales para restringir el uso de ingredientes con poco
valor nutricional o gravar con impuestos los productos menos sanos, valora
positivamente las leyes en esta línea que han puesto en marcha recientemente
Hungría y Dinamarca. Finalmente, Branca asegura que
"estamos hablando de una emergencia. Necesitamos más compromiso e
inversión, así como herramientas para saber como implementar las intervenciones
más eficaces".
La
situación más crítica se vive en el continente africano donde, según explica
Ana Lartey, del Departamento de Nutrición y Ciencias
de la Alimentación de la Universidad de Ghana, "la subida drástica de los
precios de los alimentos está afectando gravemente a la población, que gasta
entre un 50% y un 80% de lo que gana en comida". Con un porcentaje tan
elevado del salario dedicado a la nutrición, cualquier nuevo incremento tiene
consecuencias desastrosas.
"Las
familias intentan hacer algo para enfrentarse a esa subida de precios. Por
ejemplo, a veces dejan de tomar verduras y carne y comen muchos hidratos de
carbono", cuenta Lartey. "También reducen
la cantidad y, en vez de hacer tres comidas al día, ingieren sólo dos o
una". Cuando las cosas se ponen muy feas, "venden sus joyas y el
ganado y sacan a sus hijos del colegio".
Expertos
como Lartey centran sus esfuerzos en proteger a esas
familias de las crisis alimentarias y apuestan por
medidas a largo plazo que "proporcionen a la población la capacidad para
que no les afecten tanto". El dinero en efectivo o los vales para adquirir
comida son meros parches. Mejorar la agricultura y aumentar los cultivos autóctonos
para no tener que importar productos se perfilan como posibles soluciones.
"Como científicos, tenemos que investigar cuáles son las mejores vías para
reducir la desnutrición. También debemos obtener datos sobre la crisis que
estamos sufriendo para presentárselos a las autoridades y proponer
medidas", concluye Lartey.